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Fotografía de Valentina Urra Díaz

Junto a Valentina

He aquí mis sueños en papel...

Junto a mi primer hijo editado

Mis sueños en otoño

José Tusach, Directivo de Senda

Casa Chile, Estocolmo en Suecia

Carlos Alberto Muñoz, Maestro de Ceremonia

Carlos A. Muñoz, Poeta, Locutor y Dramaturgo

Jaqueline Navarrete Presidenta Senda

Patricio Zamorano -Presentador oficial -

Comentando mis sueños...

Bautizando mis Sueños en el Mar Báltico

Bautizando

Bebiendo el bautizo

Said " Baper" Hamas Artista-Kurdistán

Said " Baper" Hamas  Artista-Kurdistán

Urra: Eduardo, Juan Manuel e Ingela

Ingela, Morgado, Tuyis, Aliro

María Staforelli y mis hermanos

María Staforelli y mis hermanos

Tuyis Ghebrekristos - finlandia -

Aliro Delgado y Laura Fuentes, bailando Cueca

Marcelo Parra

Alejandro Jaina y " Vientos del sur "

Junto a Javier Claure - Poeta y escritor de Bolivia -

Moisés Avila - Venezuela -

Moisés Avila - Venezuela -

Celebrando junto a Ulrika Marusarz

Ulf Hulterg - cineasta sueco- El clavel negro

Alfonso Madrid, Biblioteca de Fisksätra

Carmen Julia Fermín

Carmen Julia Fermín

Alejandro Silva, Juan y Sofía

Juan Gutiérrez, editor www.panoramacultural.net

Emanuela Nelli - cineasta italiana -

Sofia Sánchez y su danza de Nicaragua

Juan Gutiérrez y Cecilia Rojas

Ángeles de Charlie

Ángeles de Charlie

Luis Covarrubias, Taller Quimantú

Diciembre en Suecia

Junto a Anders Poulsson Escritor sueco

José Saavedra y Carlos Muñoz

Antolina Gutiérrez del Castro

Maria Asunción Anca, mi hermana

Marcos Medina Escritor chileno

Eduardo Galeano Uruguay... Las Venas abiertas ...

Con Benny Ryd, Café de los idiomas, Nacka

Presentación en la Biblioteca de Nacka

Abrazando a Anna mi profe de sueco

Compartiendo con los asistentes a Nacka

8/12/10

Techeros




H
ablando de personas trabajadoras, recuerdo que en un tiempo laboraba, cual trapecista en los techos de Europa. Pues no todos son de tejas rojas o grises, también hay techos de Cobre y de una especie de Latón, a diferencia de la Venezuela del cantor Alí Prímera y sus techos de Cartón. Acá se lavan y se pintan los techos, es decir, se les hace mantenimiento, precisamente en la época que va desde abril a septiembre. Tanto en Suecia, como en Finlandia, Dinamarca, Holanda, Austria Suiza o Alemania aprovechan la temporada para realizar esta actividad.

          No cabe duda que los pioneros en esta arriesgada tarea, la co-menzaron los chilenos, pues no hay que dudar que muchísimos chilenos son buenos trabajadores. A raíz de este proceso iniciativo, se han ido quedando con ese mercado exclusivo, de lavar y pintar los techos, es decir, de profesión “techeros”.

          Cuentan en sus horas de relax cómo se iniciaron en estas duras luchas del peligroso trabajo, pues había que aprovechar al máximo la temperatura y no había muchas personas atrevidas que subiesen a los techos.

          Muchos cuentos hay de los supuestos “guapos”. No hacían sino medio asomar la cabeza por la pequeña ventana que daba al tejado y hasta ahí no más llegaba la gallardía, pues desde abajo no se apre-ciaba mucho lo pronunciado de los ángulos de los respectivos techos.

          Un buen cinturón de seguridad, un ajustador, una cuerda y unos zapatos que te ayudaran  a no resbalar, eran implementos básicos de un techero.

          No había uniforme al comienzo, pues generalmente usabas un viejo pantalón, que el año anterior había ocupado algún difunto trabajador ocasional; el desfile era un carnaval de variadas camisetas de colores.

          El café matinal nunca faltaba. Antes de las siete de la mañana ya el personal se alistaba para salir a diferentes lugares de la ciudad. Había gente especial y linda. Buenos tanto para trabajar como para beber caña. Comenzaban por las cervecitas más baratas, luego, con un tequila mexicano; después, con un roncito caribeño para culminar con un rico vodka finlandés. Por eso, el cafecito matinal era tan apetecido a esa hora.

          “A las siete, huevón, a las siete” palabras características del neo-empresario. Así comenzaba la historia de subir a los techos. Cada quien guardaba su equipo de combate, nunca se perdió nada en los vestidores, había mucho respeto por lo ajeno. Botas de agua, traje de bombero, casi siempre roto entre las piernas, te mojabas las bolas, muy pocas veces había guantes apropiados. Los primeros visitadores al techo eran los lavadores. Un compresor eléctrico, bombeaba agua, una manguera de unos veinte-veinticinco metros se deslizaba desde algún patio trasero, jardín o lavandería en algún subterráneo, hasta la azotea de los edificios, luego, una vez en el techo otros tantos metros de manguera para concluir con una especie de metralleta de agua a presión que sacaba las viejas pinturas del techo, dejándolo nuevamente a punto de pintar. Previa revisión de que no hubiera latas oxidadas, pues ello ameritaba un tratamiento especial. Pero eso ya era trabajo del pintor y su asistente.

          Un supervisor multifacético era el mismo que te ayudaba a instalar los equipos, previamente se había encargado del traslado del material, equipos y personal, luego te daba los primeros lineamientos como desarrollar el trabajo sin matarse mucho y sin correr mayores riesgos del ya existente. Además era el mismo quien anotaba la asistencia y para variar era el mismo que te pagaba. Que, dicho sea de paso, nunca se llegó a diez dólares por hora, a pesar que el trabajo era bravo sentíamos que la paga era mínima, pero la mayoría no te-níamos papeles; aparte de ser cabezas negras, también éramos ilegales. Así que reinaba el silencio sobre el particular. Lo que sí era una gran garantía, saber que a los techos difícilmente subiría la policía o algún inspector de Migración. Esa tranquilidad no sucedía cuando estabas en la calle o en algún bar compartiendo una cerveza. En cualquier momento podía venir la razzia.

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